Una Antigua costumbre en la Iglesia de Occidente la de
festejar el aniversario de la consagración del obispo. Era pues de esperar que
se conmemorase de algún modo, desde los primeros tiempos, la entronización de
San Pedro como obispo de Roma. Tal es el motivo de la solemnidad de la Cátedra
de San Pedro en Roma, que encontramos mencionada en los libros litúrgicos desde
fines del siglo VI
Esta fiesta es el aniversario o la memoria de aquel dichoso
día en que San Pedro, príncipe de los apóstoles, después de haber fundado la
Iglesia en Antioquia, vino a establecer su Silla en la capital del universo, en
Roma, que por tantos años habla sido la maestra del error y el asiento del
paganismo, convirtiéndose desde entonces en cabeza del orbe cristiano. Sucedió
esto hacia el año 48 de Jesucristo, siendo emperador Claudio.
Celebra además la Iglesia en este día con aquel titulo la
gloriosa confesión hecha por San Pedro de la divinidad de Jesucristo, y el
nombramiento que por virtud de tan valiente confesión hizo el Salvador de San
Pedro para Vicario suyo en la tierra, Cabeza visible y piedra fundamental de su
Iglesia, Maestro infalible en materias de fe y costumbres, perpetuando estas
prerrogativas en él y en todos sus legítimos sucesores, tal como consta en las
Sagradas Escrituras.
Evangelio según San Mateo, Capítulo 16
13. Y llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo,
propuso esta cuestión a sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que es
el Hijo del hombre?"
14. Respondieron: "Unos dices que es Juan el Bautista,
otros Elías, otros Jeremías o algún otro de los profetas".
15 Díjoles: "Y según vosotros, ¿quién soy Yo?"
16 Respondióle Simón Pedro y dijo: "Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios vivo"
17 Entonces Jesús le dijo: "Bienaventurado eres, Simón
Bar-Yoná, porque carne y sangre no te lo reveló, sino mi Padre celestial.
18 Y Yo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella
19. A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que
atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la
tierra, estará desatado en los cielos"
La fiesta fue establecida formalmente por el Papa Paulo IV,
por su bula del 13 de Enero de 1558 y se celebró separadamente hasta los cambios
realizados en el calendario litúrgico que unió esta celebración con la de la
Cátedra de San Pedro en Antioquía.
La cátedra (petrina) y el Espíritu son realidades
íntimamente unidas, al igual que el carisma y el ministerio ordenado. Sin el
Espíritu Santo, la Iglesia quedaría reducida a una organización meramente
humana, bajo el peso de sus mismas estructuras. Asimismo, por su parte, el Espíritu,
en los planes de Dios, se sirve habitualmente de las mediaciones humanas para
actuar en la historia. Precisamente por este motivo Cristo, que
constituyó su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles unidos alrededor de
Pedro, la enriqueció con el don de su Espíritu, para que a través de los siglos
la consuele (Cf. Juan 14,16) y la guíe hacia la verdad completa (Cf. Juan
16,13). ¡Que la comunidad eclesial pueda permanecer siempre abierta y
dócil a la acción del Espíritu Santo para ser entre los hombres signo creíble e
instrumento eficaz de la acción de Dios!
Acerca de lo que nos enseña el Santo Padre acerca de la Cátedra
de San Pedro
extractos de la
Homilía del Papa Benedicto XVI en la Misa de toma de posesión de su Cátedra
en la Basílica de San Juan de Letrán el Sábado 7 de mayo de 2005
Queridos padres cardenales;
amados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:
Este día, en el que por primera vez puedo tomar posesión de la cátedra del Obispo de Roma como Sucesor de Pedro, es el día en que en Italia la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. En el centro de este día encontramos a Cristo. Sólo gracias a él, gracias al misterio de su Ascensión, logramos también comprender el significado de la cátedra, que es, a su vez, el símbolo de la potestad y de la responsabilidad del obispo. ¿Qué nos quiere decir, entonces, la fiesta de la Ascensión del Señor? No quiere decirnos que el Señor se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un viaje en el espacio hacia los astros más remotos; porque, en el fondo, también los astros están hechos de elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo significa que él ya no pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte, que condiciona nuestra vida. Significa que él pertenece completamente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios, ha llevado consigo la carne y la sangre en una forma transfigurada.
amados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:
Este día, en el que por primera vez puedo tomar posesión de la cátedra del Obispo de Roma como Sucesor de Pedro, es el día en que en Italia la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. En el centro de este día encontramos a Cristo. Sólo gracias a él, gracias al misterio de su Ascensión, logramos también comprender el significado de la cátedra, que es, a su vez, el símbolo de la potestad y de la responsabilidad del obispo. ¿Qué nos quiere decir, entonces, la fiesta de la Ascensión del Señor? No quiere decirnos que el Señor se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un viaje en el espacio hacia los astros más remotos; porque, en el fondo, también los astros están hechos de elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo significa que él ya no pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte, que condiciona nuestra vida. Significa que él pertenece completamente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios, ha llevado consigo la carne y la sangre en una forma transfigurada.
...
Pero esta sinfonía de testimonios también está dotada de una
estructura bien definida: a los sucesores de los Apóstoles, es decir, a
los obispos, les corresponde la responsabilidad pública de hacer que la red de
estos testimonios permanezca en el tiempo. En el sacramento de la ordenación
episcopal se les confiere la potestad y la gracia necesarias para este
servicio.
En esta red de testimonios, al Sucesor de Pedro le compete una tarea especial. Pedro fue el primero que hizo, en nombre de los Apóstoles, la profesión de fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Esta es la tarea de todos los sucesores de Pedro: ser el guía en la profesión de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. La cátedra de Roma es, ante todo, cátedra de este credo. Desde lo alto de esta cátedra, el Obispo de Roma debe repetir constantemente: Dominus Iesus, "Jesús es el Señor", como escribió san Pablo en sus cartas a los Romanos (Rm 10, 9) y a los Corintios (1 Co 12, 3). A los Corintios, con particular énfasis, les dijo: "Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, (...) para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre; (...) y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 5-6).
La cátedra de Pedro obliga a quienes son sus titulares a decir, como ya hizo san Pedro en un momento de crisis de los discípulos, cuando muchos querían irse: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). Aquel que se sienta en la cátedra de Pedro debe recordar las palabras que el Señor dijo a Simón Pedro en la hora de la última Cena: "Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).
En esta red de testimonios, al Sucesor de Pedro le compete una tarea especial. Pedro fue el primero que hizo, en nombre de los Apóstoles, la profesión de fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Esta es la tarea de todos los sucesores de Pedro: ser el guía en la profesión de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. La cátedra de Roma es, ante todo, cátedra de este credo. Desde lo alto de esta cátedra, el Obispo de Roma debe repetir constantemente: Dominus Iesus, "Jesús es el Señor", como escribió san Pablo en sus cartas a los Romanos (Rm 10, 9) y a los Corintios (1 Co 12, 3). A los Corintios, con particular énfasis, les dijo: "Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, (...) para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre; (...) y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 5-6).
La cátedra de Pedro obliga a quienes son sus titulares a decir, como ya hizo san Pedro en un momento de crisis de los discípulos, cuando muchos querían irse: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68-69). Aquel que se sienta en la cátedra de Pedro debe recordar las palabras que el Señor dijo a Simón Pedro en la hora de la última Cena: "Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).
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extracto de la Audiencia General de Su Santidad el Papa Benedicto XVI del Miércoles
22 de febrero de 2006
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La "cátedra", literalmente, es la sede fija del
obispo, puesta en la iglesia madre de una diócesis, que por eso se llama
"catedral", y es el símbolo de la autoridad del obispo, y en
particular de su "magisterio", es decir, de la enseñanza evangélica
que, en cuanto sucesor de los Apóstoles, está llamado a conservar y transmitir
a la comunidad cristiana. Cuando el obispo toma posesión de la Iglesia
particular que le ha sido encomendada, llevando la mitra y el báculo pastoral,
se sienta en la cátedra. Desde esa sede guiará, como maestro y
pastor, el camino de los fieles en la fe, en la esperanza y en la caridad.
¿Cuál fue, por tanto, la "cátedra" de san Pedro? Elegido por Cristo como "roca" sobre la cual edificar la Iglesia (cf. Mt 16, 18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera "sede" de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en esa sala, donde también María, la Madre de Jesús, oró juntamente con los discípulos, a Simón Pedro le tuvieran reservado un puesto especial.
Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada a orillas del río Oronte, en Siria (hoy en Turquía), en aquellos tiempos tercera metrópoli del imperio romano, después de Roma y Alejandría en Egipto. De esa ciudad, evangelizada por san Bernabé y san Pablo, donde "por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11, 26), por tanto, donde nació el nombre de cristianos para nosotros, san Pedro fue el primer obispo, hasta el punto de que el Martirologio romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de San Pedro en Antioquía.
Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, tenemos el camino desde Jerusalén, Iglesia naciente, hasta Antioquía, primer centro de la Iglesia procedente de los paganos, y todavía unida con la Iglesia proveniente de los judíos. Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del "Orbis" —" que expresa el "Orbis", la tierra—, donde concluyó con el martirio su vida al servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recogió también el oficio encomendado por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el pueblo de Dios.
Así, la sede de Roma, después de estas emigraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la "cátedra" de su obispo representó la del Apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo san Ireneo, obispo de Lyon, pero que venía de Asia menor, el cual, en su tratado Contra las herejías, describe la Iglesia de Roma como "la más grande, más antigua y más conocida por todos, que la fundaron y establecieron los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo"; y añade: "Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes" (III, 3, 2-3). A su vez, un poco más tarde, Tertuliano afirma: "¡Cuán feliz es esta Iglesia de Roma! Fueron los Apóstoles mismos quienes derramaron en ella, juntamente con su sangre, toda la doctrina" (La prescripción de los herejes, 36). Por tanto, la cátedra del Obispo de Roma representa no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el pueblo de Dios.
Celebrar Cátedra" de san Pedro, como hacemos nosotros, significa, por consiguiente, atribuirle un fuerte significado espiritual y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación.
Entre los numerosos testimonios de los santos Padres, me complace recordar el de san Jerónimo, tomado de una de sus cartas, escrita al Obispo de Roma, particularmente interesante porque hace referencia explícita precisamente a la "cátedra" de Pedro, presentándola como fuente segura de verdad y de paz. Escribe así san Jerónimo: "He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Cartas I, 15, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de San Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la Cátedra del Apóstol, obra madura de Bernini, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenido por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de Occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de Oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra tan sugestiva, que hoy se puede admirar decorada con muchas velas, para orar en particular por el ministerio que Dios me ha encomendado.
Elevando la mirada hacia la vidriera de alabastro que se encuentra exactamente sobre la Cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio diario a toda la Iglesia. Por esto, como por vuestra devota atención, os doy las gracias de corazón.
¿Cuál fue, por tanto, la "cátedra" de san Pedro? Elegido por Cristo como "roca" sobre la cual edificar la Iglesia (cf. Mt 16, 18), comenzó su ministerio en Jerusalén, después de la Ascensión del Señor y de Pentecostés. La primera "sede" de la Iglesia fue el Cenáculo, y es probable que en esa sala, donde también María, la Madre de Jesús, oró juntamente con los discípulos, a Simón Pedro le tuvieran reservado un puesto especial.
Sucesivamente, la sede de Pedro fue Antioquía, ciudad situada a orillas del río Oronte, en Siria (hoy en Turquía), en aquellos tiempos tercera metrópoli del imperio romano, después de Roma y Alejandría en Egipto. De esa ciudad, evangelizada por san Bernabé y san Pablo, donde "por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (Hch 11, 26), por tanto, donde nació el nombre de cristianos para nosotros, san Pedro fue el primer obispo, hasta el punto de que el Martirologio romano, antes de la reforma del calendario, preveía también una celebración específica de la Cátedra de San Pedro en Antioquía.
Desde allí la Providencia llevó a Pedro a Roma. Por tanto, tenemos el camino desde Jerusalén, Iglesia naciente, hasta Antioquía, primer centro de la Iglesia procedente de los paganos, y todavía unida con la Iglesia proveniente de los judíos. Luego Pedro se dirigió a Roma, centro del Imperio, símbolo del "Orbis" —" que expresa el "Orbis", la tierra—, donde concluyó con el martirio su vida al servicio del Evangelio. Por eso, la sede de Roma, que había recibido el mayor honor, recogió también el oficio encomendado por Cristo a Pedro de estar al servicio de todas las Iglesias particulares para la edificación y la unidad de todo el pueblo de Dios.
Así, la sede de Roma, después de estas emigraciones de san Pedro, fue reconocida como la del sucesor de Pedro, y la "cátedra" de su obispo representó la del Apóstol encargado por Cristo de apacentar a todo su rebaño. Lo atestiguan los más antiguos Padres de la Iglesia, como por ejemplo san Ireneo, obispo de Lyon, pero que venía de Asia menor, el cual, en su tratado Contra las herejías, describe la Iglesia de Roma como "la más grande, más antigua y más conocida por todos, que la fundaron y establecieron los más gloriosos apóstoles Pedro y Pablo"; y añade: "Con esta Iglesia, a causa de su origen más excelente, debe necesariamente estar de acuerdo toda la Iglesia, es decir, los fieles de todas partes" (III, 3, 2-3). A su vez, un poco más tarde, Tertuliano afirma: "¡Cuán feliz es esta Iglesia de Roma! Fueron los Apóstoles mismos quienes derramaron en ella, juntamente con su sangre, toda la doctrina" (La prescripción de los herejes, 36). Por tanto, la cátedra del Obispo de Roma representa no sólo su servicio a la comunidad romana, sino también su misión de guía de todo el pueblo de Dios.
Celebrar Cátedra" de san Pedro, como hacemos nosotros, significa, por consiguiente, atribuirle un fuerte significado espiritual y reconocer que es un signo privilegiado del amor de Dios, Pastor bueno y eterno, que quiere congregar a toda su Iglesia y guiarla por el camino de la salvación.
Entre los numerosos testimonios de los santos Padres, me complace recordar el de san Jerónimo, tomado de una de sus cartas, escrita al Obispo de Roma, particularmente interesante porque hace referencia explícita precisamente a la "cátedra" de Pedro, presentándola como fuente segura de verdad y de paz. Escribe así san Jerónimo: "He decidido consultar la cátedra de Pedro, donde se encuentra la fe que la boca de un Apóstol exaltó; vengo ahora a pedir un alimento para mi alma donde un tiempo fui revestido de Cristo. Yo no sigo un primado diferente del de Cristo; por eso, me pongo en comunión con tu beatitud, es decir, con la cátedra de Pedro. Sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia" (Cartas I, 15, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, en el ábside de la basílica de San Pedro, como sabéis, se encuentra el monumento a la Cátedra del Apóstol, obra madura de Bernini, realizada en forma de gran trono de bronce, sostenido por las estatuas de cuatro doctores de la Iglesia, dos de Occidente, san Agustín y san Ambrosio, y dos de Oriente, san Juan Crisóstomo y san Atanasio. Os invito a deteneros ante esta obra tan sugestiva, que hoy se puede admirar decorada con muchas velas, para orar en particular por el ministerio que Dios me ha encomendado.
Elevando la mirada hacia la vidriera de alabastro que se encuentra exactamente sobre la Cátedra, invocad al Espíritu Santo para que sostenga siempre con su luz y su fuerza mi servicio diario a toda la Iglesia. Por esto, como por vuestra devota atención, os doy las gracias de corazón.
Finalmente una breve oración.
Oh Dios, que acordasteis a vuestro bienaventurado Apóstol
Pedro el poder de atar y desatar, concedednos, por su intercesión, ser
libertados de las cadenas de nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén
Fuentes
Santa Biblia, versión del Monseñor Juan Straubinger
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