DOMINGO SEGUNDO DE PASION O DOMINGO DE RAMOS
SALIDA DE BETANIA.- Jesús, dejando en Betania a su madre
María, a Marta y a María Magdalena con su hermano Lázaro, se dirige, este día,
muy de mañana, hacia Jerusalén, acompañado de sus discípulos. María se estremece
al ver acercarse su hijo a sus enemigos que pretenden derramar su sangre; con todo
eso no va hoy Jesús a Jerusalén a buscar la muerte sino el triunfo. Es necesario
que el pueblo proclame rey al Mesías antes que éste sea crucificado; que, ante las
águilas romanas, en presencia de los Pontífices y Fariseos, mudos de rabia y de
estupor, resuenen las voces infantiles, confundidas entre los gritos de los ciudadanos
en alabanza del Hijo de David.
CUMPLIMIENTO DEL VATICINIO.- El Profeta Zacarías había predicho
esta ovación preparada en la eternidad para el Hijo del hombre en vísperas de su
humillación. "Alégrate con grande alegría, hija de Sión. Salta de júbilo, hija
de Jerusalén; mira que viene a ti tu Rey, justo y salvador, humilde, montado en
un asno, en un pollino hijo de asna". Viendo Jesús que había llegado la hora
de cumplirse este oráculo manda a dos de sus discípulos que vayan y le traigan una
asna y un pollino que encontrarán no lejos de allí. El Salvador se encontraba en
Betfagé, situado en el monte de los Olivos. Los discípulos ponen inmediatamente
en ejecución el mandato de su Maestro.
DOS PUEBLOS.- Los Santos Padres nos han proporcionado la clave
del misterio de estos dos animales. El asna representa el pueblo judío sometido
al yugo de la Ley; "el pollino en el que, según el Evangelio, no había montado
nadie todavía", representa a la gentilidad a quien nadie había subyugado aún.
La suerte de ambos pueblos se decidirá dentro de unos días. El pueblo judío será
desechado por no haber recibido al Mesías; en su lugar Dios elegirá al pueblo
gentil, indómito hasta entonces, pero que se convertirá en dócil y fiel.
CORTEJO TRIUNFAL.- Dos discípulos aparejan al pollino con sus
vestidos; Jesús entonces, queriendo realizar el vaticinio del profeta, monta sobre
el animal y se prepara de este modo a entrar en la ciudad. Mientras tanto en Jerusalén
corre el rumor de que Jesús se aproxima. Inspirados por el Espíritu divino la turba
de judíos reunidos en la ciudad de toda Palestina para celebrar en ella la Pascua,
sale a recibirle con palmas y gritos clamorosos. El cortejo que iba acompañando
a Jesús desde Betania, se confunde con esta multitud ferviente de entusiasmo;
unos tienden sus vestidos por el camino, otros enarbolan ramos de palmera a su paso.
Resuena el grito de "Hosanna " y recorre la ciudad la noticia de que Jesús,
hijo de David entra en ella como Rey.
EL REINO MESIÁNICO.- Así fué cómo Dios , ejerciendo su poder
sobre los corazones, preparó, en la ciudad en que pocos días después sería pedida
su sangre a gritos, un triunfo para su Hijo. Este día Jesús tuvo un momento de
gloria y la Iglesia quiere que renovemos cada año el recuerdo de este triunfo del
Hijo del hombre. Cuando nacía el Emmanuel, vimos llegar del lejano oriente a Jerusalén
a los Magos en busca del Rey de los judíos, para adorarle y ofrecerle sus presentes;
hoy es la misma Jerusalén la que sale a recibirle. Ambos acontecimientos tienen
un mismo fin: reconocer a Jesucristo como Rey; el primero por parte de los gentiles,
el segundo por parte de los judíos. Era menester que el Hijo de Dios recibiese ambos
tributos antes de su Pasión. La inscripción que Pilatos pondrá dentro de poco sobre
la cabeza del Redentor: Jesús Nazareno, Rey de los judíos, será el carácter indispensable
de su mesianismo. Inútiles serán los esfuerzos de los enemigos de Jesús para
cambiar los términos del escrito; no lograrán su fin. "Lo que he escrito, escrito
está", respondió el gobernador romano. Su mano confirmó, sin ¿creerlo?, las
profecías. Israel proclama hoy a Jesús por su Rey; bien pronto será disperso en
castigo de su perjurio; pero ese Jesús, a quien ha proclamado, permanecerá siempre
Rey. De este modo se cumplió a la letra aquel mensaje del Angel que dijo a María
anunciándole la grandeza del Hijo que iba a concebir: "El Señor le dará el
trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente". Jesús
comienza en este día su reinado sobre la tierra; y como el primer Israel va a sustraerse
de su cetro, un nuevo Israel, nacido del grupo fiel del antiguo, va a nacer, formado
de gentes de todas las partes del mundo, y ofrecerá a Cristo el imperio más extenso
que jamás ha ambicionado un conquistador. Tal es el misterio glorioso de este día
en medio del duelo de la Semana de Pasión. La Iglesia quiere que nuestros
corazones se desahoguen en un momento de alegría en el que saludamos a Jesús como
Rey. Ha organizado la liturgia de este día de tal forma que encierre en sí juntamente
alegría y tristeza; la alegría al unirse a las aclamaciones con que resonó la ciudad
de David; la tristeza volviendo en seguida al curso de su gemidos por los dolores
de su Esposo divino. Todo el drama está dividido como en tres actos distintos, cuyos
misterios e intenciones vamos a explicar uno tras otro.
LA BENDICION DE LAS PALMAS
La bendición de las palmas o de los ramos, como vulgarmente se
dice, es el primerrito que se desarrolla ante nuestra vista; y podemos juzgar de
su importancia por la solemnidad que la Iglesia despliega en su celebración. Durante
largos siglos diríase que iba a celebrarse la santa Misa sin otra intención que
la de celebrar el aniversario de la entrada de Jesús en Jerusalén: Introito, Colecta,
Epístola, Gradual, Evangelio, incluso el Prefacio, se sucedían como se hace para
preparar la inmolación del Cordero sin mancha; pero después del triple Sanctus la
Iglesia suspendía estas solemnes fórmulas y su ministro procedía a la
santificación de los ramos que tenía delante. Ahora, después de la reciente reforma,
después del canto de la antífona Hosanna, estas ramas de árbol, objeto de la primera
parte de la función, reciben con una sola oración, acompañada de la incensación
y de la aspersión del agua bendita, "una virtud que los eleva al orden sobrenatural
y los hace a propósito para ayudar a la santificación de nuestras almas y a la protección
de nuestros cuerpos y de nuestras casas. Los fieles deben tener con respeto estos
ramos en sus manos durante la procesión y colocarlos con honor en sus casas, como
un signo de su fe y una esperanza en la ayuda divina.
ANTIGÜEDAD DEL RITO.- No es necesario explicar al lector que
las palmas y los ramos de olivo, que reciben en este momento la bendición de la
Iglesia, se llevan en memoria de aquellos con que el pueblo de Jerusalén honró
la marcha triunfal del Salvador, pero no está maldecir unas palabras sobre la
antigüedad de esta costumbre. Comenzó pronto en oriente y probablemente en
Jerusalén desde que la Iglesia gozó de paz. En el siglo IV San Cirilo, obispo
de esta ciudad, creía que la palmera que había suministrado sus ramos al pueblo
que vino al encuentro de Cristo, existía todavía en el valle del Cedrón; nada
más natural que tomar ocasión de esto para instituir un aniversario
conmemorativo de este suceso. En el siglo siguiente se establece esta
ceremonia, no solamente en las Iglesias orientales, sino también en los
monasterios de que estaban llenos los desiertos de Egipto y de Siria. Al
principio de cuaresma, muchos santos monjes obtenían de su Abad el permiso de
internarse en lo más recóndito del desierto para pasar este tiempo en profundo
retiro; pero debían volver al monasterio el domingo de Ramos, como se colige de
la vida de San Eutimio escrita por su discípulo Cirilo. En occidente tardó
bastante en establecerse este rito; el primer rastro que encontramos se halla
en el Sacramentario Gregoriano que se remonta al final del siglo VI o principios
del VII. A medida que la fe penetraba en el norte no era posible solemnizar esta
ceremonia en toda su integridad pues la palmera y el olivo no arraigan en nuestro
clima. Fué necesario reemplazarlas por ramos de otros árboles; mas la Iglesia no
permitió cambiar nada de las oraciones prescritas para la bendición de estos ramos,
pues los misterios expuestos en estas hermosas oraciones, tienen su fundamento en
el olivo y la palma del relato evangélico, representados por nuestros ramos de boj
y de laurel.
LA PROCESION El segundo rito de este día es la célebre procesión
que sigue a la bendición de los ramos. Tiene por objeto representar la marcha del
Salvador a Jerusalén y su entrada en esta ciudad; y, para que nada falte en la
imitación del relato del Santo Evangelio, los Ramos que acaban de ser bendecidos
son llevados por todos los que toman parte en esa procesión. Entre los judíos era
una señal de regocijo llevar en la mano ramos de árboles; y la ley divina les autorizaba
esta costumbre. Dios había dicho en el Levítico al establecer la festividad de los
Tabernáculos: "El primer día tomaréis gajos de frutales hermosos, ramos de
palmera, ramas de árboles frondosos, de sauces de la ribera, y os regocijaréis ante
Yavé, vuestro Dios "Para testimoniar su entusiasmo por la llegada de Jesús
ante los muros de la ciudad, los habitantes de Jerusalén, incluso los niños, recurrieron
a esta gozosa demostración. Vayamos nosotros también delante de nuestro Rey y cantemos
el Hosanna a este vengador de la muerte y liberador de su pueblo. Durante la Edad
Media, en muchas iglesias, se llevaba en esta procesión el libro de los Evangelios
que representaba a Jesucristo cuyas palabras contenía. Designado de antemano un
lugar y preparado para la estación, la Procesión se detenía: el diácono abría entonces
el sagrado libro y cantaba el relato de la entrada de Jesús en Jerusalén. En seguida
descubríase la Cruz que había permanecido velada hasta aquel momento; todo el clero
se postraba ante ella solemnemente y cada uno depositaba a sus pies un
fragmento del ramo que tenía en su mano. Se reanudaba la procesión precedida de
la Cruz, descubierta, hasta que el cortejo entra en la iglesia. En Inglaterra y
Normandía, desde el siglo XI, se practicaba un rito altamente representativo de
la escena que tuvo lugar en este día en Jerusalén. En la procesión se llevaba triunfalmente
la Sagrada Eucaristía. La herejía de Berengario que negaba la presencia real de
Jesucristo en la Eucaristía acababa de manifestarse en esta época. Y este triunfo
de la Sagrada Forma era preludio lejano de la Institución de la festividad y procesión
del Santísimo Sacramento. Siempre con la misma intención de renovar la costumbre
evangélica, existe en Jerusalén otra costumbre en la procesión de Ramos. Toda la
comunidad de Franciscanos que custodia los santos Lugares marchan de mañana a Betfagé.
Allí el P. Guardián de Tierra Santa, vestido de pontifical, sube sobre un asno revestido
con mantos, acompañado por los religiosos y católicos de Jerusalén, que llevan todos
palmas, ingresa en la ciudad y baja hasta la puerta de la iglesia del Sto.
Sepulcro donde se celebrará la Misa con toda pompa. Hemos reunido aquí, como de
costumbre, los diferentes hechos con que puede elevarse la mente de los fieles en
los variados misterios litúrgicos; estas manifestaciones de fe les ayudarán a comprender
porqué la Iglesia quiere que, en la procesión de los Ramos, sea honrado Jesucristo
como presente al triunfo que ella le otorga en este día. Busquemos por medio
del amor "a este humilde y dulce Salvador que viene a visitar a la hija de
Sión", como dice el profeta. Aquí está en medio de nosotros; a él se dirije
el tributo de nuestros ramos; unámosle también el de nuestros corazones. Se
presenta para ser nuestro Rey; acojámosle y digamos: Hosanna al hijo de David.
LA ENTRADA EN LA IGLESIA.- Antiguamente, hasta la última reforma,
el fin de la procesión iba acompañado de una ceremonia llena de un profundo simbolismo.
Al momento de entrar en la iglesia, el cortejo se hallaba con las puertas cerradas.
La marcha triunfal se detenía; pero los cantos de alegría no se suspendían. Un himno
especial a Cristo Rey resonaba a la puerta de la iglesia, con su alegre estribillo,
hasta que el subdiácono golpeando con el asta de la cruz las puertas, conseguía
que se abriesen, y el pueblo, precedido del clero, entraba aclamando al único que
es la Resurrección y la vida. El fin de esta escena era rememorar la entrada del
Salvador en otra Jerusalén, de la que la de la tierra no era sino figura. Esta
Jerusalén es la patria celestial cuya entrada Jesucristo nos ha procurado. El pecado
del primer hombre había cerrado sus puertas; pero Jesús, el Rey de la gloria, las
abrió por la virtud de su Cruz, ante la cual no pudieron resistir. Este mismo canto,
en honor de Cristo Rey, se ha conservado, pero la parada a la puerta de la iglesia
ha quedado suprimida. Prosigamos, pues, tras los pasos del Hijo de David,
puesto que él es el Hijo de Dios y nos invita a tomar parte en su reino. Así es
como la Iglesia en la procesión de los Ramos que no es otra cosa que la conmemoración
de los acontecimientos de aquel día, eleva nuestra mente al misterio de la Ascensión
por el que se pone fin, en el cielo, a la misión del Hijo de Dios en la tierra.
Pero ¡ay! los días intermedios entre ambos triunfos no son todos días de alegría,
y antes que termine la procesión la Iglesia, que se ha levantado unos momentos de
su tristeza, vuelve a gemir continuamente.
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