MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo, hacia la mitad de la fiesta, subió Jesús al templo, y enseñaba. Y se admiraban los judíos, diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado? Respondióles Jesús, y dijo: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguien quisiere hacer su voluntad, conocerá si la doctrina es de Dios o si hablo yo de mí mismo. El que habla de sí mismo busca su propia gloria. Pero, el que busca la gloria del que le ha enviado, es veraz, y no hay en él injusticia. ¿No os dió Moisés la Ley, y, sin embargo, nadie de vosotros observa la Ley? ¿Porqué intentáis matarme? Respondió la turba, y dijo: Tienes el demonio; ¿quién intenta matarte? Respondió Jesús, y dijoles: Sólo una obra he hecho, y todos os admiráis. Cierto, Moisés os dió la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres): y todos circuncidáis al hombre en sábado. Si recibe el hombre la circuncisión en sábado para que no sea quebrantada la Ley de Moisés: ¿os indignáis contra mí, porque he sanado en sábado todo, un hombre? No juzguéis según la apariencia, sino juzgad justo juicio. Dijeron entonces algunos de Jerusalén: ¿No es éste el que buscan para matarle? Pues mira cómo habla en público, y no le dicen nada. ¿Acaso han reconocido los príncipes que éste es el Cristo? Pero nosotros sabemos de dónde es éste: mas, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde será. Y Jesús clamaba en el templo, enseñando y diciendo: También a mí me conocéis, y sabéis de dónde soy, y no he venido de mí mismo, sino que es verdadero el que me ha enviado, al cual desconocéis vosotros. Yo le conozco, porque vengo de Él, y Él me ha enviado. Quisieron entonces? prenderle, pero nadie puso en Él las manos, porque aun no había llegado su hora. Y muchos del pueblo creyeron en Él.
RESPUESTA SOBRE EL MESÍAS.- La lectura del Santo Evangelio nos hace pensar en el inminente sacrificio del Cordero divino dispuesto a ofrecerse en Jerusalén. Aun no ha llegado la hora, mas no tardará. Se le busca ya para darle la muerte. La pasión de sus enemigos les ciega hasta tal punto que les hace ver en Él a un violador del Sábado, porque cura a los enfermos con un solo acto de su voluntad en el día del Señor. Jesús rebate sus prejuicios sin lograr ningún fruto; les recuerda que tampoco ellos hallan dificultad practicar la circuncisión o en sacar de sus abrevaderos su buey o su asno si hubieren caído en él. Ni quieren escuchar. Les domina una sola cosa: hacer desaparecer a Jesús. Sus prodigios son innegables y todos obrados con un fin misericordioso para con el hombre; únicamente rehúsa ofrecer a la vana admiración de sus enemigos los milagros que le piden para saciar su curiosidad o adular su orgullo; y lejos de agradecer el uso que hace de los milagros en favor de los hombres, se atreven a decir, que no sólo los obra mediante el poder de Beelcebú, sino que Él mismo está poseído del demonio. Causa horror el oír tan horribles blasfemias y sin embargo el orgullo de estos doctores judíos les lleva hasta cometer estos desatinos e impiedades: y la sed de sangre se enardece cada vez más en su corazón. Mientras algunos del pueblo seducidos por sus jefes, se dejaban arrastrar por un ciego fanatismo, otros más indiferentes recapacitan acerca del Mesías, y no hallan en Jesús, los distintivos de este enviado de Dios. Quieren que, cuando venga a este mundo no se sepa su origen. No obstante esto los Profetas han anunciado que debe nacer de la sangre de David; su genealogía será uno de los principales caracteres; pero todo Israel sabe que Jesús procede de esta familia real. Por otra parte también sabe que el Mesías debe tener un origen misterioso, debe venir de Dios. La buena acogida de las enseñanzas de Jesús, confirmadas por tantos milagros, les instruyó a la vez sobre su nacimiento temporal y su filiación divina; mas la indiferencia y cierta maldad depositada en lo último del corazón del hombre les impidió recapitular; tal vez aquellos, mismos en el día del deicidio incluso, gritarán como los demás: "Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos".
ORACION
Oremos: Humillad vuestras cabezas a Dios. Ten piedad, Señor, de tu pueblo: y, al que lucha con tribulaciones constantes, hazle respirar tranquilo. Por el Señor.
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