MARTES DE PASIÓN, QUINTA SEMANA DE CUARESMA
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo andaba Jesús por Galilea, pues no quería caminar
por la Judea por que los judíos querían matarle. Y estaba próxima una fiesta de
los judíos, la Escenopegia (o de los Tabernáculos). Dijéronle entonces sus hermanos:
Pasa de aquí, y vete a Judea, para que vean también tus discípulos las obras que
haces. Porque nadie, que desea ser conocido, hace sus obras en secreto: si haces
esas cosas, manifiéstate al mundo. Ni sus mismos hermanos creían en Él. Díjoles
entonces Jesús: Mi tiempo no ha llegado aún: en cambio, vuestro tiempo siempre está
preparado. El mundo no puede odiaros a vosotros; pero a mí sí me odia: porque yo
doy testimonio de que sus obras son malas. Subid vosotros a esa fiesta, porque yo
no subo a ella, pues mi tiempo aun no se ha cumplido. Y, habiendo dicho esto, Él
permaneció en Galilea. Más, cuando subieron sus hermanos, subió también Él a la
fiesta, pero no públicamente, sino como de incógnito. Y los judíos le buscaban el
día de la fiesta, y decían: ¿Dónde está Él? Y había gran murmullo en el pueblo acerca
de Él. Porque unos decían: Es bueno. Pero otros decían: No; sino que seduce a las
turbas. Y nadie hablaba de Él abiertamente, por miedo a los judíos.
LA HUMILDAD DEL HOMBRE-DIOS.- Los hechos referidos en el paso
del Evangelio se relacionan con una época anterior a la vida del Salvador, y la
Iglesia nos los propone hoy, a causa de la relación que contiene con los que hemos
leído hace algunos días. Es evidente que no sólo al acercarse la Pascua, sino desde
la fiesta de los Tabernáculos, en el mes de septiembre, el furor de los judíos conspiraba
ya su muerte. El Hijo de Dios tenía que viajar a ocultas, y para entrar con seguridad
en Jerusalén, le era preciso tomar algunas precauciones. Adoremos estas humillaciones
del Hombre-Dios, que se ha dignado santificar todos los estados, aun el del justo
perseguido y obligado a ocultarse a las miradas de sus enemigos. Le habría sido
fácil deslumbrar a sus adversarios con milagros inútiles, como los que deseó Herodes
y forzar así su culto y su admiración. Dios no procede así; no obliga; obra a las
miradas de los hombres; mas para conocer la acción de Dios, es necesario que el
hombre se recoja y se humille, que haga callar sus pasiones. Entonces la luz divina
se manifiesta al alma; esta alma ha visto bastante; ahora cree y quiere creer; su
dicha y su mérito está en la fe; está en disposición de esperar la manifestación
de la eternidad. La carne y la sangre no lo entienden así; gustan la ostentación
y el ruido. El Hijo de Dios en su venida a la tierra no debía someterse aún abatimiento
tal sino para que los hombres viesen su poder infinito. Tenía que hacer
milagros para apoyar su misión, pero en Él, hecho Hijo del Hombre, no debía ser
todo milagro. La mayor parte de su existencia estaba reservada a los humildes deberes
de la criatura; de otro modo, no nos había enseñado con su ejemplo, lo que tanto
necesitábamos saber. Sus hermanos (se sabe que los judíos entendían por hermanos
a todos los parientes en línea colateral) sus hermanos habrían querido tener su
parte en esta gloria vulgar, que querían para Jesús. Le dan motivo para que les
dijese esta palabra que debemos meditar en este santo tiempo, para acordarnos más
tarde de ella: "el mundo no os odia a vosotros; pero a mí, sí me odia".
Guardémonos pues, en adelante, de complacernos con el mundo; su amistad nos separaría
de Jesucristo.
ORACION
Suplicámoste, Señor, nos concedas la gracia de perseverar sumisos
a tu santa voluntad: para que en nuestros días crezca, en número y en mérito, el
pueblo que te sirve. Por el Señor. Amén.
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