lunes, 31 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen XVI



¡Gran Madre de mi Señor!, veo que la ingratitud
que por tantos años he tenido
para con Dios y contigo
merecería que dejes de cuidar de mí;
porque el ingrato no merece beneficios.
Pero, yo, Señora,
tengo un gran concepto de tu bondad:
sé que es mucho mayor que mis pecados.
Sigue, pues, refugio de los pecadores,
no dejes de socorrer
a un infeliz pecador que en ti confía.
Madre de misericordia, extiende tu mano
y levanta a un pobre caído que implora compasión.
Oh María, defiéndeme o dime a quién puedo acudir
que me defienda mejor que tú.
Pero, ¿dónde encontrar ante Dios una abogada
más compasiva y poderosa
que tú que eres su Madre?



Siendo tú la Madre del Salvador,
has nacido para salvar a los pecadores,
y me has sido dada para mi salvación.
¡Oh María, salva a quien acude a ti!
No merezco tu amor, pero el deseo
que tienes de salvar a los ya perdidos,
me hace esperar que me ames todavía.
Y ¿cómo perderme, si me amas?
Madre mía querida,
si me salvo por ti, como lo espero,
no volveré a ser ingrato contigo;
compensaré con perpetua alabanza
y con todo el cariño de mi alma
mi anterior indiferencia
y el amor que me has tenido.
En el cielo donde reinas y reinarás eternamente,
cantaré feliz tus misericordias
y eternamente besaré tus manos amorosas
que me han librado del infierno,
cuantas veces lo merecí por mis pecados.
¡Oh María, mi libertadora, mi esperanza,
mi reina, mi abogada y madre mía;
yo te amo, te quiero y deseo amarte siempre.
Amén, amén. Así lo espero, así sea



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

domingo, 30 de mayo de 2010

Ejemplo XV de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



Lo compasiva de esta abogada nuestra con los infelices pecadores, lo demostró ella con Beatriz, monja del monasterio de Fonte Eraldo, como lo refiere Cesáreo y el P. Rho.
Esta religiosa, vencida por la pasión hacia cierto joven, resolvió fugarse con él. En efecto, cierto día, acudió a una imagen de María donde depositó las llaves del monasterio, pues era la portera, y partió sin miramientos
Llegando a otra región se dedicó al oficio de mujer publica y vivió quince años en tan miserable estado. Encontrose en esa ciudad con el proveedor del monasterio a quien preguntó, creyendo que ya no la reconocía, si conocía a sor Beatriz.
Si, la conozco bien, le respondió él: es una santa monja, ahora es maestra de novicias.

Ante estas palabras quedó ella confusa y estupefacta, no logrando entender lo que pasaba. Para aclararlo, se disgrazó y viajó al monasterio. Hizo llamar a sor Beatriz, se le presentó la Santísima Virgen en la misma apariencia de la imagen a quien había consignado las llaves y el hábito, y le habló así:

Sabes, Beatriz que para evitar tu deshonra, he tomado tu figura y, durante los quince años que has vivido lejos del moasterio y de Dios, he ejecutado tu oficio. Regresa, hija, haz penitencia, que mi Hijo te espera todavía. Trata de mantener con tu vida santa el buen nombre que te he ganado. Le dijo esto y desapareció.

Volvió Beatriz al convento, revistió su hábito de religiosa y agradecida con María vivió como santa. Al morir lo manifestó todo a gloria de su gran Reina.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

sábado, 29 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen XV



¡Oh gran Madre de Dios!, te diré con San Bernardo:
ruega, Señora, que tu Hijo te escucha,
y cuanto le pidas te lo concederá.
Habla, pues, habla, oh María,
en favor de nosotros miserables.
Acuérdate que por nosotros
has recibido tanto poder y dignidad.
Dios quiso por ello hacerse deudor tuyo,
al tomar de ti la naturaleza humana,
para poder, según tu voluntad,
distribuir a los necesitados
las riquezas de la misericordia divina.
Somos tus servidores,
dedicados con especial empeño a tu servicio:
entre ellos espero estar yo mismo.
Estamos orgullosos de que tú nos protejas.
Si ha todos les haces el bien,
incluso a quienes no te conocen ni te honran,
y que, aún más, te ultrajan y blasfeman,
¡cuanto más debemos esperar
nosotros de tu bondad,
que va en busca de los miserables
para darles consuelo,
nosotros que te honramos,
te amamos y confiamos en ti!
Somos grandes pecadores,
pero Dios te ha enriquecido
con piedad y poder mayores
que toda nuestra iniquidad.
Puedes y quieres salvarnos;
y nosotros los esperamos, cuanto más indignos somos,
para glorificarte más y mejor en el cielo,
cunado lleguemos allá con tu intercesión.
Madre de misericordia;
te presentamos nuestras almas,
en otro tiempo hermosas
y lavadas con la sangre de Cristo,
pero luego afeadas por los pecados.
Te las presentamos, piensa en purificarlas.
Alcánzanos una enmienda verdadera;
alcánzanos el amor de Dios,
la perseverancia y el paraíso.
Te pedimos grandes cosas,
¿pero acaso no puedes darnos todo?
¿es demasiado para el amor que Dios te tiene?
Basta que abras los labios e implores a tu Hijo;
Él no te niega nada.
Ora, pues, oh María, ora por nosotros;
ora, que ciertamente eres oída,
y nosotros también nos salvaremos ciertamente.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autos: San Alfonso María de Ligorio

viernes, 28 de mayo de 2010

Ejemplo XIV de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



Narra el P. Razzi, camaldulense, que cierto joven, al morir su padre, fue enviado por su madre a la corte de un príncipe. Pero la madre, muy devota de María, le hizo prometer, al despedirse, que le recitaría todos los días un Avemaría a la Virgen, añadiendo al final estas palabras: Virgen bendita, ayúdame en la hora de la muerte.

Tras llegar a la corte, el joven se volvió tan disoluto con el correr del tiempo, que el año se vio obligado a despedirlo. Desesperado, sin saber como vivir, se hizo salteador de caminos. No dejaba, sin embargo, de encomendarse a la Virgen como su madre le había dicho. Finalmente lo apresó la justicia y lo condenaron a muerte.

Hallándose encarcelado para ser ajusticiado al día siguiente, pensando en su deshonra, en el dolor de su madre y en la muerte que le esperaba, lloraba inconsolablemente. El demonio viéndolo, oprimido por terrible melancolía, se le apareció bajo la forma de un hermoso joven y le dijo que lo libraría de la muerte y de la cárcel, si hacía lo que le iba a pedir. El condenado se ofreció a hacerlo todo. Entonces el falso joven le manifestó que era el demonio que acudía en ayuda suya. En primer lugar quería que renegara de Jesucristo y de los santos sacramentos. El muchacho consintió en ello. Le exigió, además que renegara de la Virgen María y renunciara a su protección. El joven le respondió:
¡Esto, jamás! Y dirigiéndose a María, le repitió la acostumbrada oración que le había enseñado su madre: Virgen bendita, ayúdame en la hora de la muerte.

A estas palabras, el demonio desapareció. Pero el muchacho quedó lleno de aflicción por haberse atrevido a renegar de Jesucristo. Acudiendo sin embargo, a la Virgen Santísima, ella le alcanzó el perdón de todos los pecados. Se confesó entre copiosas lágrimas y patente contrición.

De camino al patíbulo, encontrose con una estatua de la Virgen; la saludó con la plegaria acostumbrada: "Virgen bendita, ayúdame en la hora de la muerte". La estatua, a la vista de todos, inclinó la cabeza y le devolvió el saludo. Enternecido él, imploró la gracia de poder besar los pies de aquella imagen. Los guardias se oponían pero, al fin ante el murmullo de la multitud, se lo concedieron. Se inclinó el joven a besar el pie de la Virgen, y ella extendió el brazo y lo tomó de la mano, sosteniéndolo tan fuertemente que no fue posible soltarlo. Ante este prodigio, comenzaron todos a gritar: ¡perdón!, ¡perdón!
Y le concedieron el perdón. Volvió el muchacho a su patria y se dedicó a una vida ejemplar, siendo devotísimo de la Virgen, que lo había librado de la muerte temporal y eterna



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

jueves, 27 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen XIV



¡Oh Reina y Madre de misericordia!,
que derramas la gracia sobre cuantos acuden a ti
con tanta liberalidad, porque eres Reina
y con tanto amor
porque eres nuestra Madre amantísima.
A ti me encomiendo hoy,
yo tan pobre de méritos y virtudes
y tan endeudado con la justicia divina.
¡Oh Madre!, en tu mano está la llave
de todas las misericordias divinas;
no te olvides de mis miserias
y no me abandones en mi inmensa pobreza.
Eres tan generosa con todos
y acostumbras dar más de lo que se te pide;
sé todavía la misma contigo.
Protégeme, Señora, sólo esto te pido.
Si me proteges, no le temo a nada.
No temo a los demonios, porque puedes
alcanzarme el perdón
con sólo una palabra que le digas a Dios.
Y no temo siquiera, si cuento con tu favor;
a la ira divina, porque con una plegaria tuya
se aplaca al momento.
En resumen,
si me proteges tú, lo espero todo,
porque todo lo puedes.
¡Oh Madre de misericordia!, sé que te agrada
ayudar a los más necesitados,
que no se obstinan en el mal;
ni, te glorías de poderlos ayudar.
Yo soy pecador, más no obstinado;
quiero cambiar de vida.
Puedes, pues, ayudarme;
ayúdame y sálvame.
Me pongo plenamente entre tus manos;
dime qué debo hacer para agradar a Dios,
que quiero hacerlo
y espero realizarlo con tu ayuda;
¡oh María, María, madre, luz,
consuelo, refugio y esperanza mía.
Amén, amén, amén.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

miércoles, 26 de mayo de 2010

Ejemplo XIII de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



Es famosa la historia de Teófilo, escrita por Eutiquiano, patriarca de Constantinopla. El fue testigo ocular del hecho que narra y es confirmado por san Pedro Damián, san Bernardo, san Buenaventura, san Antonio y otros que menciona el P. Crasset.

Teófilo era archidiácono de la Iglesia de Adana, ciudad de Cilicia. El pueblo lo estimaba tanto que lo postulaba para obispo suyo. Pero él por humildad, lo rechazó. Más, habiéndolo acusado injustamente algunos malvados y habiendo sido depuesto de su investidura, concibió tanto dolor que, enceguecido por la pasión, acudió a un mago judío que lo hizo acercar a Satanás, con el fin de que lo ayudara en aquella desgracia. El demonio le respondió que si quería su ayuda debía renunciar a Jesús y a María, su Madre, y consignarle el acta de renuncia escrita por su propia mano. Teófilo elaboró el execrable escrito.

Al día siguiente, habiendo sabido el obispo la injusticia cometida contra Teófilo, le pidió perdón y lo restituyó en el cargo.

Entonces Teófilo, sintiéndose lacerado por el remordimiento a causa del enorme pecado cometido, no hacía más que llorar. Luego se fue a una iglesia y allí, a los pies de una imagen de María se posternó llorando y exclamó: ¡Oh Madre de Dios!, no me quiero desesperar, teniéndote a ti que eres tan compasiva y me puedes ayudar. Estuvo así llorando y orando durante cuarenta días a la Santísima Virgen.

Una noche se le apareció la Madre de misericordia y le dijo:
¡Oh Teófilo! ¿qué has hecho? Has renunciado a mi amistad y a la de mi Hijo; y ¿por quién? En manos de tu enemigo.
Señora, respondió Teófilo, tienes que pensar en perdonarme y alcanzarme el perdón de tu Hijo.

Entonces María, viendo su confianza le dijo:
Alégrate: Yo quiero orar a Dios por ti.



Animado Teófilo con estas palabras, acrecentó sus lágrimas, penitencias y oraciones, no apartándose de aquella imagen. De nuevo se le apareció María y con rostro alegre le dijo:
He presentado a Dios tus lágrimas y oraciones. Las ha recibido y te ha perdonado. Pero de hoy en adelante dale gracias y séle fiel. Teófilo replicó:

Señor, esto no basta para consolarme plenamente. El enemigo tiene todavía en sus manos aquel indigno escrito con el que entonces renuncié a ti y a tu Hijo. Tú puedes lograr que me lo devuelva.

Tres días después, Teófilo se despertó una noche y encontró el escrito sobre su pecho.
Al día siguiente, mientras el obispo se hallaba en el templo rodeado de gran multitud, fue Teófilo a postrarse a sus pies, le contó todo el suceso llorando amargamente y le entregó el infame escrito. El obispo hizo quemar enseguida aquella acta ante toda la gente, que no hacía sino llorar de alegría, exaltando la bondad del Señor y la misericordia de la Santísima Virgen para con aquel miserable pecador. Este regresó a la iglesia de la Virgen, donde tres días después murió contento, dándole gracias a Jesús y a su Santísima Madre.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

martes, 25 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen XIII



Alma mía, mira qué esperanza tan maravillosa
de salvación y de vida eterna
te ha concedido el Señor, al darte,
por misericordia suya,
confianza en el patrocinio de su Madre,
después de que con tus pecados
has merecido tantas veces
la ira de Dios y el infierno.
Dale, pues, gracias a Dios
y a tu protectora, María, que se ha dignado
esconderte bajo su manto
como lo atestiguan tantas y tantas gracias
que has recibido por su meditación.
Sí, gracias. Madre amorosa, gracias
por todo el bien que me has hecho
a mi, miserable, reo del infierno.
¡Oh Reina mía!
¡de cuantos peligros me has librado!
¡Cuántas luces y misericordia
me has alcanzado de Dios!
¿Qué beneficios u homenajes has recibido de mí,
para que así te empeñes en hacerme el bien?
Todo es fruto de tu bondad.
¡Ah! Aunque diera por ti la sangre y la vida,
poco sería para lo que te debo,
a ti que me has recobrado la gracia divina;
tú eres, en una palabra, toda mi riqueza.
Señora mía amabilísima,
sólo puedo ofrecerte alabanza y amor eternos.
¡Ah! No desdeñes aceptar el amor
de un pecador enamorado de tu bondad.
Si mi corazón es indigno de amarte,
por su suciedad y afectos terrenos,
tú puedes cambiarlo; ¡cámbiemelo pues!
Úneme a Dios, úneme a Él de tal manera
que no pueda alejarme de su amor.
Tú me pides que ame a Dios
y esto es lo que yo te pido;
alcánzame de Dios que yo lo ame
y lo ame para siempre.
No anhelo nada más.
Amén.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

lunes, 24 de mayo de 2010

Ejemplo XII de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



Cuenta el Belovacense y Cesáreo que un joven noble, al verse reducido sus vicios de rico (por que su padre lo había dejado en tan pobre situación que le era preciso mendigar para vivir) se alejó de su patria para irse a vivir con menor vergüenza en un país lejano, donde no lo conocieran. Durante el viaje se encontró con un antiguo servidor de su padre, quien, al verlo tan afligido por la pobreza a la que había rodado, le dijo que se alegrara, por que él iba a llevarlo a un príncipe tan generoso, que lo proveería de todo.

Aquel servidor se había convertido en un impío hechicero. Un día se llevó consigo al pobre joven, lo condujo a través de un bosque hasta una laguna, donde empezó a hablar con una persona invisible. Por lo cual el joven le pregunto con quién hablaba.

Con el demonio, le respondió, y al ver su reacción de temor, lo animó a no asustarse. Hablando todavía con el demonio, le dijo:
Señor, este joven se halla reducido a extrema necesidad y querría regresar a su situación anterior.
Si quiere obedecerme, contestó el enemigo, lo haré más rico que antes. Pero ante todo, tiene que renegar de Dios
Horrorizose el joven. Pero el maldito mago lo incitó a hacerlo y el renegó de Dios.

No es suficiente, replicó el demonio; tiene también que renegar de María, porque ésa es la que , tenemos que reconocerlo, nos ha causado las mayores pérdidas. ¡A cuántos nos arrebata de las manos para convertirlos a Dios y salvarlos!

No. Esto no, replicó el joven; no voy a renegar de mi Madre; ella es toda mi esperanza. Prefiero seguir mendigando toda la vida. Y diciendo esto, el joven se alejó de aquel lugar.

De regreso, pasó ante una iglesia de María. Entró el afligido joven y arrodillándose ante su imagen comenzó a llorar e implorar a la Santísima Virgen que le alcanzara el perdón de sus pecados. Y María comenzó al momento a orar a su Hijo por aquel miserable. Jesús dijo al principio:

Madre, pero este ingrato, ha renegado de mí. Más al ver que su Madre no dejaba de pedirle, dijo finalmente:
Madre mía, nunca te he negado nada; qué sea perdonado, ya que tú me lo pides.

El ciudadano que había comprado la hacienda del joven derrochador, observó en secreto todo esto. Al ver él, la compasión de María con aquel pecador, le dio a su única hija por esposa, constituyéndolo heredero de su fortuna. De esta manera, aquel joven recuperó por medio de María la gracia de Dios e incluso los bienes temporales

domingo, 23 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen XII



Mira a tu pies, María esperanza mía,
mira a un pobre pecador,
tantas veces por culpa mía esclavo del infierno.
Confeso que me he dejado vencer de los demonios,
por no acudir a ti, refugio mío.
Si siempre hubiera acudido a ti,
y te hubiera invocado,
no habría sucumbido jamás.
Espero, Señora mía, amabilísima,
que por tu intercesión me haya escapado ya
de las garras del demonio
y que Dios me haya perdonado.
Pero temo que, en el futuro
vuelva a caer en sus cadenas.
Sé que mis enemigos no han perdido la esperanza
de volver a vencerme y preparan
nuevos asaltos y nuevas tentaciones.
Reina mía, refugio mío, ayúdame.
Escóndeme bajo tu manto;
no permitas que vuelva a ser esclavo suyo.
Sé que me ayudarás y me darás la victoria,
con tal que te invoque.



Pero temo que en las tentaciones,
me olvide de ti y de invocarte.
Yo te pido la gracia de invocarte.
Virgen Santísima, que siempre me acuerde de ti
y, en especial, en las batallas;
concédeme que no deje de invocarte
diciendo con frecuencia:
¡Oh María, ayúdame, ayúdame, oh María!
Y cuando, por fin, llegue
mi combate final con el infierno,
y esté para morir, oh Reina mía,
asísteme aún más, pídeme que te invoque
aún con mayor frecuencia,
ya con la boca, ya con el corazón;
de suerte que, al expirar
con tu nombre dulcísimo
y el de tu Hijo en los labios,
pueda pasar a alabarte y bendecirte,
para no alejarme nunca más de tus pies,
por toda la eternidad en el paraíso.

Amén

sábado, 22 de mayo de 2010

Ejemplo XI de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



Vivía en Reischersperd el canónigo regular Arnoldo, muy devoto de la Santísima Virgen. Hallándose al borde de la muerte, recibió los sacramenteos, y después de llamar a sus religiosos les pidió que no lo abandonaran en aquél último trance. Apenas había dicho esto cuando todo en presencia de ellos comenzó a temblar, entornó él los ojos y lo inundó un sudor frío. Dijo entonces con temblorosa voz: ¿No ven esos demonios que quieren arrastrarme al infierno? Luego gritó:

Hermanos míos, invoquen en favor mío la ayuda de María; confío en que ella me dará la victoria.

A esas palabras recitaron las letanías de Nuestra Señora y, al decir Santa María, ruega por él, intervino el moribundo:

Repitan, repitan el nombre de María porque ya estoy en el tribunal de Dios. Se detuvo un momento y añadió:

Es cierto que lo cometí, pero hice penitencia. Y volviéndose a la Virgen, dijo:

Oh María, seré librado si me ayudas.



En seguida los demonios le hicieron otro asalto, pero él se defendía haciendo la señal de la cruz con un Crucifijo e invocando a María. Así transcurrió toda aquella noche. Finalmente, al llegar la mañana, Arnoldo exclamó con alegría:

María, Señora y refugio mío, me has alcanzado el perdón y la salvación. Volviéndo los ojos a la Virgen qu elo invitaba a seguirla, dijo:

Ya voy, Señora, ya voy. Y tratando de incorporarse, no pudiendo seguirla con el cuerpo, expiró dulcemente, y la siguió, como esperamos, con el alma, al reino de la gloria feliz.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

viernes, 21 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen XI



¡Oh Madre de Dios, Reina de los ángeles
y esperanza de los hombre!
escucha a quien te llama y acude a ti.
Mírame postrado a tus pies,
yo, miserable esclavo del infierno,
me consagro como eterno siervo tuyo,
ofreciéndome a servirte y honrarte
cuanto más pueda durante mi vida.
Ya veo que poco te honra el servicio
de un esclavo tan ruin y rebelde como yo,
después de haber ofendido tanto
a tu Hijo y Redentor mío, Jesucristo.
Pero si aceptas a un indigno por siervo tuyo,
con tu intercesión lo cambiarás y harás digno de ti;
como no puedo hacerlo yo,
tan miserable como soy.
Acéptame, pues, y no me rechaces, Madre mía.
El Verbo eterno bajó del cielo a la tierra
a buscar las ovejas perdidas,
y para salvarlas se hizo Hijo tuyo.
¿Despreciarás a la ovejita que acude a ti
para reencontrarse con Jesús?
El rescate de mi salvación ya está pagado.
Mi Salvador ya derramó su sangre,
que basta para salvar mundos infinitos.
Sólo falta que se me aplique a mí,
Y esa es tu parte, Virgen bendita;
es tu parte, me dice san Bernardo,
repartir los méritos de esa sangre
a quien tú quieras.
Es tu parte, dice san Buenaventura,
salvar a quien tú quieras.
Ayúdame, por tanto, Reina mía.
Te entrego hoy mi alma;
piensa tú en salvarme.
Tu, salvación de quien te invoca,
sálvame.



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

jueves, 20 de mayo de 2010

Ejemplo X de la intercesión de la Santísima Madre de Dios


San Francisco de Sales experimentó maravillosamente la eficacia de esta oración (1), como se narra en su biografía. Tenía el santo unos diecisiete años y se encontraba entonces en París, dedicado al estudio y consagrado totalmente a la devoción y al santo amor de Dios, que lo inundaba con sublimes delicias celestiales. El Señor para probarlo mejor y atarlo más a su amor, permitió que el demonio le hiciera ver que todo lo que hacía era perdido porque Dios en sus divinos decretos lo reprobaba. La oscuridad y aridez en que Dios quiso dejarlo al mismo tiempo, pues no sentía el menor gusto en los pensamientos más dulces de la divina bondad, hicieron que la tentación alcanzara más y más fuerza para afligir el corazón del santo joven, que a causa de tales temores y desolaciones perdió el apetito, el sueño, el color y la alegría, hasta el punto de mover a compasión a cuantos lo observaban.

Mientras duraba esta terrible tormenta, el santo no lograba tener pensamientos ni pronunciar palabras que no fueran de dolor y desconfianza. Así, pues, decía (como refiere en su biografía) ¿voy a estar privado de la gracia de mi Dios que en el pasado se mostró tan suave y amable conmigo? ¡Oh amor!, ¡oh belleza!, a los que he consagrado todos mis afectos, ¿no volveré a gozar de sus consuelos? ¡Oh Virgen, Madre de Dios, la más hermosa de todas las hijas de Jerusalén, ¿no podré contemplarte en el paraíso? ¡Ah!, Señora, si no puedo ver tu hermoso semblante, permite, por lo menos, que no tenga que blasfemar de ti y maldecirte en el infierno.

Estos eran entonces los sentimientos de este corazón afligido y enamorado de Dios y de la Virgen. La tentación duró un mes. Pero finalmente quiso el Señor librarlo de ella por medio de la consoladora del mundo, María Santísima, a quien el santo había consagrado ya antes de su virginidad y en quien decía haber colocado todas sus esperanzas.

Entre tanto, mientras cierta tarde se retiraba de casa, entró en una iglesia donde vio una tablilla colgada en la pared. Leyó y encontró la siguiente oración de San Agustín: "Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que alguien haya acudido a tu patrocinio y haya sido abandonado"
Y postrado ante el altar de la divina Madre recitó con afecto esa oración, le renovó el voto de virginidad, prometió recitarle diariamente el rosario, y añadió: "Reina mía, se mi abogada ante tu Hijo, a quien no me atrevo a acudir. Madre mía, si yo infeliz, en el otro mundo no puedo amar al Señor, sabiendo que es tan digno de ser amado, concédeme que lo ame, al menos en este mundo, todo cuanto pueda. Es la gracia que te pido y espero alcanzar de ti"

Fue su oración y se abandonó totalmente en brazos de la misericordia divina, resignándose enteramente a la voluntad de Dios. Más apenas terminada la oración, miró que, en un abrir y cerrar de ojos, su dulcísima Madre lo libró de la tentación; recobró al momento la paz interior, y siguió viviendo como devotísimo de María, cuyas alabanzas y misericordias no dejó de publicar durante toda su vida, con la predicación y los libros que escribió.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio



(1) oración de San Agustín
"Acuérdate, clementísima Señora, que jamás se ha oído desde el comienzo del mundo, que hayas abandonado a alguien. Perdonáme, por tanto, si te digo que no quiero ser ese primer desafortunado, que al acudir a ti, tenga la desgracia de verse abandonado.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen X



Adoro, oh purísima Virgen María,
tu corazón santísimo, delicia y morada de Dios.
Corazón rebozante de humildad,
de pureza y de amor divino.
Yo, infeliz pecador, acudo a ti,
vengo con el corazón lleno de fango y llagas.
Oh Madre compasiva, no me rechaces por esto,
muévete más bien a mayor compasión y ayúdame.
No busques en mí, para ayudarme,
ni méritos ni virtudes.
Estoy perdido y sólo merezco el infierno.
Mira sólo, por favor, la confianza
que pongo en ti y el propósito
que tengo de enmendarme.
Mira cuanto por mí ha hecho y padecido Jesús
y abandóname entonces si es que puedes.
Te presento todas las penas de su vida:
el frío del establo y la huida a Egipto,
la sangre derramada y la pobreza,
los sudores, las tristezas y la muerte
que en tu presencia padeció por mí.
Por amor a Jesús, empéñate en salvarme.
¡Ah! Madre mía, no quiero ni puedo temer
que me rechaces,
hoy que vengo en demanda de ayuda.
Si lo temiera, haría injuria a tu misericordia,
que va en busca de los miserables para socorrerlos.
Señora, no me niegues tu compasión,
ya que Jesús no me negó su sangre.
Pero los méritos de esa sangre no se me aplicarán,
si no me recomiendas ante Dios.
De ti espero mi salvación.
No busco riquezas, ni honores,
ni bienes en la tierra;
busco las gracias de Dios, el amor a su Hijo,
el cumplimiento de su voluntad
y el paraíso para amarlo eternamente
¿Será posible que no me escuches?
No, pues ya me has escuchado como espero;
ya oras por mí,
ya me alcanzas las gracias que te pido,
ya me aceptas bajo tu protección.
Madre mía, no me abandones;
sigue orando por mí,
hasta que me veas salvo en el cielo ante tus pies,
bendiciéndome y dándote gracias eternamente.
Amén



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

martes, 18 de mayo de 2010

Ejemplo IX de la intercesión de la Santísima Madre de Dios


Refiere el beato Juan Herolt, que se llamaba a sí mismo, por humildad, el discípulo, que había un hombre casado, viviendo en desgracia de Dios. Su esposa, mujer de bien, no pudiendo comprometerlo a dejar el pecado, le pidió que, al menos, en su miserable situación tuviera para con la Madre de Dios la devoción de saludarla con el Avemaría cada vez que pasara por delante de una imagen suya.

Cierta noche, yendo aquel desalmado a pecar, vio una luz, se detuvo a mirar y se dio cuenta de que era una lámpara ardiendo ante una imagen de María que llevaba en sus brazos al Niño Jesús. Dijo, como de costumbre el Avemaría. Pero en seguida vio al niño todo cubierto de llagas, de las cuales manaba sangre fresca. Aterrado y enternecido a la vez, considerando que con sus pecados había herido así a su propio Redentor, empezó a llorar. Pero el niño le volvía la espalda. De manera que lleno de confusión acudió a la Virgen María diciéndole: "Madre de misericordia, tu Hijo me rechaza. No puedo encontrar abogada más compasiva y poderosa que tú que eres su Madre. Reina mía, ayúdame; ruégale en nombre mío". La divina Madre le respondió desde aquella imagen: "Ustedes los pecadores, me llaman Madre de misericordia, pero luego no dejan de hacerme madre de miseria, renovándole la Pasión a mi Hijo, y a mi, los dolores".




Pero dado que María no sabe despedir desconsolado a quien acude a ella, se volvió a pedir a su Hijo que perdonara a aquel miserable, Jesús seguía mostrándose renuente a darle el perdón. Pero la Santísima Virgen, dejando al Niño en el nicho, se postró ante él diciendo: "Hijo, no me aparto de tus pies, si no perdonas a este pecador". Madre, respondió entonces Jesús, no puedo negarte nada, ¿quieres que sea perdonado? Pues, por tu amor, lo perdono. Haz que venga a besar mis llagas. Acudió el pecador llorando copiosamente y, a medida que besaba las llagas del Niño, éstas se iban cerrando. Por último, Jesús lo abrazó en señal de perdón. El hombre cambió de vida y desde entonces se dedicó a la santidad viviendo enamorado de la Santísima Virgen, quien le había alcanzado una gracia tan insigne.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

lunes, 17 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen IX



¡Oh Madre del amor sagrado,
vida, refugio y esperanza nuestra!
Bien sabes que tu Hijo Jesucristo,
no contento con hacerse nuestro abogado perpetuo
junto al Eterno Padre,
ha querido también que te empeñes
cerca a El para impetrarnos
las divinas misericordias.
El ha dispuesto que tus plegarias
sean ayuda de nuestra salvación,
y les ha conferido tanta fuerza,
que obtienen cuanto imploran.
A ti, pues, me dirijo,
esperanza de los miserables;
yo, pobre pecador, espero salvarme
por los méritos de Jesucristo
y por tu intercesión.
Así confío, y confío tanto
que si mi eterna salvación dependiera de mí solo,
volvería a ponerla entre tus manos,
porque confío más en tu misericordia y protección
que en todas mis obras.
Madre mía y esperanza mía,
no me abandones como bien lo merezco.
Mira mi pobreza y apiádate;
socórreme y sálvame.
Confieso que muchas veces he cerrado,
con mis pecados, la puerta a las luces y socorros,
que tú me habías alcanzado del Señor.
Pero la compasión que tienes de los miserables,
y el poder que tienes ante Dios,
superan el número y la malicia
de todos mis deméritos.
El cielo y la tierra saben bien
qué aquel a quien proteges no se pierde.
Que todos se olviden de mi, pero tú no,
¡oh Madre del Señor omnipotente!
Dile al Señor que soy servidor tuyo,
dile me defiendes y seré salvo.
Oh María, en ti confío.
En esta esperanza vivo, y en ella
quiero y espero morir,
diciendo siempre:
Jesús es mi única esperanza
y después de Jesús lo es la Virgen María



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

domingo, 16 de mayo de 2010

Ejemplo VIII de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



Se refiere en la cuarta parte del Tesoro del Rosario, el milagro 85, un caballero devotísimo de la Madre de Dios, había construido en su palacio un pequeño oratorio, donde ante una hermosa imagen de María, solía a menudo entretenerse orando, no sólo de día sino también de noche, interrumpiendo el descanso para ir a honrar a su amada Señora.

Ahora bien, la esposa, pues era casado, dama por lo demás de mucha piedad, al observar que su marido con el mayor silencio de la casa se levantaba del lecho y salía de la alcoba para volver sólo después de largo tiempo, entró en celos y sospechaba de algo malo. De suerte que cierto día, para librarse de la espina que la atormentaba, se atrevió a preguntarle al esposo si amaba a otra mujer fuera de ella. El caballero le respondió sonriendo: Pues sabed que amo a una señora que es la más amable del mundo. Le he entregado todo mi corazón; y prefiero morir antes que dejar de amarla. Si la conocieras, tú misma me dirías que la ame más de cuanto ahora la amo. Dejaba entender que se trataba de la Santísima Virgen a quien amaba tan tiernamente. Pero la esposa, entrando entonces en mayores sospechas, para conocer la verdad, le preguntó de nuevo, si para encontrarse con ella se levantaba del lecho cada noche y salía de la alcoba. El caballero que no sabía la terrible angustia de su mujer, respondió que sí, Entonces la dama imaginando falsamente lo que no era verdad y ciega de pasión, ¿qué hizo? Cierta noche, en que el marido salió de la alcoba como de costumbre, por desesperación tomó un cuchillo, se cortó la garganta y murió poco después.



El caballero tras cumplir con sus devociones, volvió a la alcoba, y al entrar en el lecho lo encontró humedecido. Llama a su mujer que no le responde. La sacude y ella no se mueve. Enciende finalmente la luz y ve el lecho lleno de sangre y a la mujer muerta con la herida en la garganta. Se dio cuenta entonces de que la mujer se había matado por celos ¿Qué hizo? Cerró con llave la alcoba y volviendo a la capilla se postró ante la Santísima Virgen y llorando desconsoladamente comenzó a decir: Madre mía, ves en qué aflicción me encuentro. Si no me consuelas, ¿a quién voy a acudir? Piensa que por venir a honrarte, he sufrido la desgracia de hallar muerta y condenada a mi esposa. Madre mía, tú que todo lo puedes todo remédialo.



¿Hay quien ore confiadamente a esta madre misericordiosa, sin alcanzar lo que pide?
Pues mira que, tras hacer esta oración, oye que le llama una sirvienta de la casa: Señor suba a su alcoba que la señora lo llama. El caballero no logra creerlo a causa de la alegría. Regresa, le dice a la doncella mire bien a ver si ella me necesita realmente. Sí, volvió diciendo la sirvienta, vaya pronto que la señora lo está esperando. Va, abre la alcoba, y encuentra viva a la esposa, que le pide perdón diciendo: ¡Ah!, ¡esposo mío, la Madre de Dios gracias a tus oraciones me ha librado del infierno! Así, llorando ambos de alegría corrieron a dar las gracias en el oratorio a la Santísima Virgen. A la mañana siguiente el marido dio un banquete a todos los parientes, a quienes hizo que la misma mujer, que aún conservaba la señal de la herida, narrara lo sucedido. Y todos se inflamaron más en la devoción a la divina Madre.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

sábado, 15 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen VIII


Madre mía dulcísima
¿cuál será la muerte de este pobre pecador?
Desde ahora, pensando en ese gran momento
en que voy a expirar y tenga que presentarme
ante el tribunal divino,
y recordando que tantas veces he escrito
con mi perversa conducta
la sentencia de condenación
tiemblo, me confundo y temo
por mi salvación eterna.
Oh María, en la sangre de Jesús
y en tu intercesión pongo mis esperanzas.
Eres la Reina del cielo y señora del universo;
basta saber que eres la Madre de Dios.
Eres tan excelsa, pero esto no te deja
sino que te inclina
a tener más compasión de nuestras miserias.
Los amigos según el mundo,
al ser elevados a alguna dignidad
se alejan y desdeñan volver a mirar
a sus antiguos amigos desafortunados.
Tu noble y amoroso corazón no actúa así;
donde descubre mayores miserias,
acude a llevar socorro.
Si te invocamos, acudes al momento a socorrernos;
incluso te adelantas a nuestras peticiones.
Tú nos consuelas en nuestros desalientos,
apaciguas nuestras tempestades,
derrotas a nuestros enemigos,
en una palabra, no desaprovechas ocasión
de procurar nuestro bien.
Sea por siempre bendita la mano divina
que unió en ti tanta majestad y tanta ternura
tanta grandeza y tanto amor.
Doy por siempre gracias al Señor y me felicito,
por que en tu felicidad colocó la mía
y mi suerte depende de la tuya.
Oh consuelo de los afligidos,
consuela al afligido que a ti acude.
Me afligen los remordimientos de conciencia
cargada por tantos y tantos pecados
y no sé si los he llorado suficientemente;
veo todas mis acciones
llenas de fango y de defectos;
el infierno aguarda mi muerte para acusarme,
la justicia divina ofendida exige satisfacción.
¡Madre mía!, ¿qué será de mí?
Si no me ayudas estoy perdido.
¿Qué dices? ¿Me ayudarás?
¡Oh Virgen compasiva, consuélame!
Alcánzame el verdadero dolor de mis pecados;
alcánzame la fuerza de enmendarme
y de mantenerme fiel a Dios el resto de mi vida.
Y cuando me halle en la angustia
postrera de la muerte,
oh María, esperanza mía, no me abandones;
asísteme y confórtame a fin de que no me desespere
a la vista de mis culpas que el demonio
pondrá ante mis ojos.
Señora, perdona mi osadía,
acude a consolarme con tu sola presencia.
Has concedido a muchos esta gracia;
también yo te la pido.
Si mi osadía es tan grande, mayor es tu bondad,
que busca a los más miserables para consolarlos.
En tu bondad confío.
Redunde para ti en gloria eterna
el haber liberado del infierno
a un pobre condenado
y haberlo llevado a tu reino,
donde espero el consuelo de estar siempre
a tus pies dándote gracias,
bendiciéndote y amándote eternamente.
Espero en ti, María
no me dejes frustrado en mi esperanza.
Amén, amén

viernes, 14 de mayo de 2010

Ejemplo VII de la intercesión de la Santísima Madre de Dios



...Terminemos la meditación con este otro ejemplo. En él se percibe hasta dónde llega la ternura de esta bondadosa Madre con sus hijos en el momento de la muerte.

Asistía el párroco de cierto lugar a la muerte de un rico feligrés, que moría en una casa lujosa y rodeado de servidumbre, parientes, amigos. Pero veía al diablo en forma de perros, que estaban listos a tomar el alma del moribundo, como de hecho se la llevaron por que murió impenitente.

Entre tanto, mandaron llamar al párroco para asistir a una pobre mujer, que hallándose en el último trance deseaba los santos sacramentos. El párroco, al no poder dejar de asistir el alma necesitada del rico, envió a otro sacerdote, quien tomó el copón y llevó el Santísimo Sacramento a la moribunda.



Llegó a la habitación de aquella buena mujer y no vio siervos, ni cortejos, ni muebles preciosos porque la enferma era pobre y quizás yacía sobre un montón de paja. Pero ¿que vio? Vio en aquella habitación había una luz intensa y que cerca al lecho de la moribunda estaba la Madre de Dios, que la consolaba y con un pañuelo en la mano le enjugaba el sudor de la muerte. El sacerdote al ver allí a María, no se atrevía a entrar. Pero la Virgen le hizo señas de entrar. Entró y María le colocó el asiento para que se sentara y oyera la confesión de su servidora. Confesose ésta, recibió la comunion con gran devoción, y finalmente expiró dichosa en brazos de María.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

jueves, 13 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen VII


¡Oh Madre compasiva, Virgen sacrosanta!
a tus pies se postra el traidor,
que pagando con ingratitud
las gracias recibidas de Dios por medio tuyo,
te ha traicionado a ti y a Dios.
Pero, Señora, bien conoces mi miseria;
ésta no me quita,
más bien me acrecienta mi confianza en ti,
Porque veo que mi miseria
hace crecer en ti la compasión.
Haz conocer, oh María, que eres para mí
lo que para cuantos te invocan:
llena de liberalidad y de misericordia.
Con que me guíes y tengas compasión de mí,
me es suficiente.
Si de mí se compadece tu corazón,
no podrás dejar de protegerme.
Y si me proteges tú ¿a quién temeré?
No, no le temo a nada;
no a mis pecados,
porque tú puedes reparar el daño hecho;
no a los demonios,
porque eres más poderosa que el infierno;
no a tu Hijo enojado contra mí con justa causa,
porque a El a una palabra tuya se aplacará.
Temo sólo que por culpa mía,
deje de encomendarme a ti en las tentaciones,
y llegué a perderme.
Pero hoy te prometo
que quiero siempre acudir a ti;
ayúdame a cumplirlo.
Mira que ocasión tan bella
para realizar tus anhelos
de ayudar a un miserable como yo.
¡Oh Madre de Dios!
tengo en ti gran confianza.
Espero de ti alcanzar la gracia
de llorar como debo mis pecados;
de ti espero también la fortaleza
para no caer más.
Si estoy enfermo, puedes santificarme,
medica celestial.
Si mis culpas me han debilitado,
tu ayuda, María, me hará fuerte.
De ti lo espero todo,
porque todo lo puedes ante Dios.

Amén



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

miércoles, 12 de mayo de 2010

Ejemplo VI de la intercesión de la Santísima Madre de Dios

Es célebre la historia de santa María Egipciaca que se lee en el libro Primero de las Vidas de los Padres. A la edad de doce años huyó de la casa de sus padres y marchó a Alejandría donde llevando vida desarreglada se convirtió en el escándalo de esa ciudad. Tras dieciséis años de pecado, se fue vagando a Jerusalén, donde se celebraba entonces la fiesta de la santa Cruz. Se sintió movida a entrar en el templo más por curiosidad que por devoción. Pero cuando iba a cruzar la puerta, sintió que una fuerza invisible la hacía retroceder. Intentó cruzar por segunda vez, y volvió a sentirse repelida; así sucedió por tercera y cuarta vez. Se postró entonces la pobre a un lado del atrio, y allí iluminada conoció que, a causa de su mala vida. Dios la rechazaba incluso de la iglesia. Para ventura suya, alzó los ojos y vio una imagen de María, pintada en el atrio. Volviose a ella y llorando le dijo:



¡Oh Madre de Dios!, ten piedad de esta pobre pecadora. Veo que a causa de mis pecados no merezco que me mires. Pero tú eres el refugio de los pecadores; ayúdame por amor a Jesús, tu Hijo querido; permíteme entrar en la iglesia, pues quiero cambiar de vida e irme a hacer penitencia donde me ordenes.

Oyó entonces una voz interior, como si la Virgen le respondiera:
¡Vamos! ya que has acudido a mí y quieres cambiar de vida, entra en la iglesia que ya no está cerrada la puerta para ti.

Entro la pecadora, adoró la santa Cruz y lloró. Y regresó a la imagen de Nuestra Señora y le dijo:
Señora estoy dispuesta; ¿a dónde quieres que me aparte para hacer penitencia?

La Virgen le respondió:
Vete, cruza el Jordán y encontrarás el lugar para retirarte.

Se confesó, comulgó, pasó el río, llegó al desierto y comprendió que ése era el lugar para su penitencia.



Ahora bien, durante los primeros diecisiete años que estuvo en el desierto, ¿cuánto no le hicieron los demonios para hacerla caer? ¿Qué hacía ella entonces? Nada distinto de encomendarse a María; quien le alcanzó la fuerza de resistir durante aquellos diecisiete años después de los cuales cesaron sus batallas. Por último después de cincuenta y siete años en aquel desierto, a la edad de ochenta y siete años, por disposición de la Providencia, la encontró el santo abad Zósimo. Le contó ella toda su vida y le pidió que volviera al año siguiente y le llevara la sagrada comunión. Regresó el santo y le encontró muerta, el cuerpo inundado de luz, y a la cabecera escritas estas palabras: Sepulta en este lugar el cuerpo de esta miserable pecadora y ora a Dios por mí. La sepultó en la tumba abierta por un león. Y de regreso al monasterio, contó las maravillas de la divina misericordia para con aquella venturosa pecadora.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

martes, 11 de mayo de 2010

Ave Regina Coelorum



AVE, Regina caelorum,
Ave, Domina Angelorum:
Salve, radix, salve, porta,
Ex qua mundo lux est orta:
Gaude, Virgo gloriosa,
Super omnes speciosa,
Vale, o valde decora,
Et pro nobis Christum exora

V. Dignare me laudare te, Virgo sacrata.
R. Da mihi virtutem contra hostes tuos.

Oremus
Concede, misericors Deus, fragilitati nostrae praesidium; ut, qui sanctae Dei Genetricis memoriam agimus; intercessionis eius auxilio, a nostris iniquitatibus resurgamus. Per eundem Christum Dominum nostrum. Amen

Salve, Reina del cielo,
salve, Señora de los ángeles;
salve, Raíz, salve, oh Puerta,
de la cual la luz del mundo surgió;
alégrate, Virgen gloriosa,
graciosa entre todas las mujeres,
salve, oh toda bella,
y por nosotros a Cristo implora

V. Permiteme alabarte Santa Virgen
R. Dame fuerza contra tus enemigos

Oremos
Concede, o compasivo Dios, a nuestra naturaleza débil tu protección, que nosotros que conmemoramos a la santa Madre de Dios, por la ayuda de su intercesión, surjamos de nuestras iniquidades, por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén

Oración a la Santísima Virgen VI



¡Oh Madre de mi Dios!
María, única esperanza mía
mira a tus pies a un miserable pecador
que te implora misericordia.
Toda la Iglesia y los fieles
te llaman y proclaman refugio de pecadores;
por tanto, eres mi refugio y me tienes que salvar.
Bien sabes cuánto quiere tu Hijo nuestra salvación
Bien sabes cuánto padeció Jesucristo por salvarme.
Te presento, Madre mía, los sufrimientos de Jesús:
el frío del pesebre, los pasos de la huída a Egipto,
sus fatigas y sudores, la sangre que vertió,
el dolor que sufrió ante tus ojos en la cruz.
Haz ver que amas a tu Hijo,
mientras por amor a El te ruego que me ayudes.
Tiende la mano a un caído
que en ti busca misericordia.
Si yo fuera santo, no buscaría misericorida;
pero siendo pecador, recurro a ti
que eres la Madre de la misericordia.
Se que tu compasivo corazón
encuentra consuelo en socorrer a los miserables,
cuando puedes ayudarles,
al ver que no se obstinan en el mal.
Consuela, pues, ahora tu corazón misericordioso
y consuélame a mí,
ya que tienes ocasión de salvarme,
porque soy un pobre condenado al infierno;
tú puedes ayudarme;
no quiero obstinarme en el pecado.
En tus manos me pongo;
dime qué debo hacer
y hazme capaz de realizarlo;
yo propongo hacer todo cuanto pueda
por recuperar la gracia divina.
Me escondo bajo tu manto.
Jesús quiere que yo acuda a ti, que eres su Madre
a fin de que para tu gloria y la de Cristo,
no sólo de su sangre,
sino también tús suplicas, me ayuden a salvarme.
El me envía ati, para que me socorras.
¡Oh María!, aquí estoy;
recurro a ti y en ti confío;
ora, di una palabra más en favor mío.
Dile al Señor que quieres que me salve
y Dios me salvará sin duda alguna.
Dile que soy tuyo y solo esto te pido.



Amén

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

lunes, 10 de mayo de 2010

Ejemplo V de la intercesión de la Santísima Madre de Dios

Cuenta el P. Bovio, que una mala mujer llamada Elena, al acudir a la iglesia oyó por casualidad una predicación sobre el Rosario. Al salir se compró uno, pero lo llevaba escondido para no dejarlo ver. Comenzó luego a recitarlo, pero aunque lo recitaba sin devoción alguna, la santísima Virgen le regaló tales consuelos, que ya no podía dejar de rezarlo. Y con esto nació en ella tal horror su mala vida que no podía encontrar reposo, de suerte que se vio forzada a confesarse. Lo hizo con tal contrición que el confesor quedó sorprendido.



Una vez hecha su confesión corrió a los pies de María Santísima a dar gracias a su abogada. Recitó el Rosario y la divina Madre le habló desde aquella imagen diciendo:
Elena basta de ofendernos a Dios y a mí; cambia de vida a partir de hoy, que voy a darte buena parte de mis favores.

La pobre pecadora, llena de confusión respondió:
¡Oh Señora mía!, es verdad que hasta hoy he sido una perdida, pero tú que lo puedes todo, ayúdame. Me entrego a ti y quiero consumir la verdad que me queda en hacer penitencia por mis pecados.



Auxiliada por María, repartió Elena todas sus riquezas entre los pobres y se dedicó a hacer rigurosa penitencia. La atormentaban terribles tentaciones, pero ella no hacía otra cosa que encomendarse a la Madre de Dios y así resultaba siempre victoriosa. Llego a recibir muchos favores, incluso sobrenaturales, tales como visiones, revelaciones, profecías, etc. Por último, antes de su muerte, cuya cercanía le informó María pocos días antes, vino la misma Virgen con su divino Hijo a visitarla. Y al morir, vieron que su alma en forma de una hermosísima paloma volaba al cielo.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

domingo, 9 de mayo de 2010

Oración a la Santísima Virgen V



María Santísima, soberana Reina mía,
digna Madre de mi Dios.
no debería yo tener el atrevimiento
de acercarme a ti y llamarte mi Madre.
Pero no quiero que mis culpas me priven
del consuelo y la confianza que siento
al invocarte como Madre.
Ya lo sé; merezco que me rechaces;
pero te ruego que mires
cuanto ha hecho y padecido por mí
tu Hijo Jesús.
Después recházame, si puedes.
Soy un miserable pecador,
que he menospreciado más que todos
la divina Majestad.
Pero el mal ya está hecho.



A ti acudo, tú que me puedes ayudar.
Madre mía, ¡socorro!
No me respondas que no puedes ayudarme;
dime por lo menos a quien puedo acudir
para que me socorra
en tan terrible desgracia.
A ti y a tu Hijo os repetiré
las palabras de San Anselmo:
Te piedad de mí, Redentor mío, y perdóname;
y tu, Madre mía, encomiéndame,
o enséñame, al menos, a quien acudir
que sea más compasivo que tú
o en quien pueda confiar más.
Aunque no encontraré ni en la tierra ni en el cielo
quién tenga mayor compasión
de los miserables que tú
y mejor que tú puedes ayudarme.
Tú Jesús, eres mi Padre, y tú María, mi Madre.
Vosotros amáis a los más miserables
y corréis en busca suya para salvarlos.
Yo soy reo del infierno, el más miserable de todos;
pero no necesitáis correr a buscarme,
ni pretendo que me busquéis;
me presento ante vosotros, con la firme esperanza
de que no me abandonaréis.
Aquí estoy a vuestros pies.
Jesús mío, perdóname; Madre mía, socórreme



Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio