martes, 4 de mayo de 2010

Ejemplo II de la intercesión de la Santísima Madre de Dios


Se habla, en la historia de las fundaciones realizadas por la Compañía de Jesús en el reino de Nápoles, de cierto joven noble escocés, llamado Guillermo Elphinstone. Era pariente del rey Jacobo. Habiendo nacido en la herejía, seguía su falsa secta. Pero iluminado por la luz divina iba descubriendo los errores de la misma. Viajó a Francia, donde con la ayuda de un padre jesuita, escocés también, y sobre todo por la intercesión de la beatísima Virgen, llegó finalmente al conocimiento de la verdad, abjuró de la herejía y se convirtió al catolicismo. Pasó luego a Roma, donde al encontrarlo cierto día un amigo suyo afligido y llorando, y preguntándole la causa de sus lágrimas, le confesó que esa noche se le había aparecido su madre condenada y le había dicho: "Hijo, dichoso tú que has entrado en la verdadera Iglesia: yo por haber muerto en la herejía, ya estoy perdida". A partir de entonces se enfervorizó más y más en la devoción a María, eligiéndola como su única madre y ella le inspiró el pensamiento de hacerse religioso de lo cual hizo voto. Pero estando enfermo viajó a Nápoles para curarse con el cambio de aire. Y allí quiso el Señor que muriera siendo religioso. Enfermó de muerte poco después de su llegada a dicha ciudad, alcanzó de los superiores, con oraciones y lágrimas, que lo aceptarán; de suerte que ante el Santísimo Sacramento al recibir el viático, hizo sus votos y fue declarado miembro de la Compañía.



Después de esto, enternecía a todos con su afecto, dando gracias con ellos a su Madre María por haberlo arrancado de la herejía y haberlo llevado a morir en la verdadera Iglesia y en la casa de Dios en medio de los religiosos hermanos suyos. Por eso exclamaba: ¡Que glorioso es morir en medio de tantos ángeles! Cuando le exhortaban a que tratara de descansar, respondía: ¡Oh!, no es tiempo de descansar, puesto que se acerca el fin de mi vida. Poco antes de morir dijo a los presentes: Hermanos ¿no ven aquí a los ángeles del cielo que me asisten? Y habiéndole oído aquellos religiosos susurrar entre dientes algunas palabras, le preguntaron que decía. Respondió que el ángel de la guarda le había revelado que debía estar poco tiempo en el paraíso. Luego regresó a los coloquios con su dulce Madre María y, repitiendo madre, madre como lo haría un niño que se abandona para descansar en brazos de su madre, expiró plácidamente. Poco después, un religioso supo por revelación que ya se hallaba en el paraíso.

Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio

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