¡Oh Madre del amor sagrado,
vida, refugio y esperanza nuestra!
Bien sabes que tu Hijo Jesucristo,
no contento con hacerse nuestro abogado perpetuo
junto al Eterno Padre,
ha querido también que te empeñes
cerca a El para impetrarnos
las divinas misericordias.
El ha dispuesto que tus plegarias
sean ayuda de nuestra salvación,
y les ha conferido tanta fuerza,
que obtienen cuanto imploran.
A ti, pues, me dirijo,
esperanza de los miserables;
yo, pobre pecador, espero salvarme
por los méritos de Jesucristo
y por tu intercesión.
Así confío, y confío tanto
que si mi eterna salvación dependiera de mí solo,
volvería a ponerla entre tus manos,
porque confío más en tu misericordia y protección
que en todas mis obras.
Madre mía y esperanza mía,
no me abandones como bien lo merezco.
Mira mi pobreza y apiádate;
socórreme y sálvame.
Confieso que muchas veces he cerrado,
con mis pecados, la puerta a las luces y socorros,
que tú me habías alcanzado del Señor.
Pero la compasión que tienes de los miserables,
y el poder que tienes ante Dios,
superan el número y la malicia
de todos mis deméritos.
El cielo y la tierra saben bien
qué aquel a quien proteges no se pierde.
Que todos se olviden de mi, pero tú no,
¡oh Madre del Señor omnipotente!
Dile al Señor que soy servidor tuyo,
dile me defiendes y seré salvo.
Oh María, en ti confío.
En esta esperanza vivo, y en ella
quiero y espero morir,
diciendo siempre:
Jesús es mi única esperanza
y después de Jesús lo es la Virgen María
Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio
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