Adoro, oh purísima Virgen María,
tu corazón santísimo, delicia y morada de Dios.
Corazón rebozante de humildad,
de pureza y de amor divino.
Yo, infeliz pecador, acudo a ti,
vengo con el corazón lleno de fango y llagas.
Oh Madre compasiva, no me rechaces por esto,
muévete más bien a mayor compasión y ayúdame.
No busques en mí, para ayudarme,
ni méritos ni virtudes.
Estoy perdido y sólo merezco el infierno.
Mira sólo, por favor, la confianza
que pongo en ti y el propósito
que tengo de enmendarme.
Mira cuanto por mí ha hecho y padecido Jesús
y abandóname entonces si es que puedes.
Te presento todas las penas de su vida:
el frío del establo y la huida a Egipto,
la sangre derramada y la pobreza,
los sudores, las tristezas y la muerte
que en tu presencia padeció por mí.
Por amor a Jesús, empéñate en salvarme.
¡Ah! Madre mía, no quiero ni puedo temer
que me rechaces,
hoy que vengo en demanda de ayuda.
Si lo temiera, haría injuria a tu misericordia,
que va en busca de los miserables para socorrerlos.
Señora, no me niegues tu compasión,
ya que Jesús no me negó su sangre.
Pero los méritos de esa sangre no se me aplicarán,
si no me recomiendas ante Dios.
De ti espero mi salvación.
No busco riquezas, ni honores,
ni bienes en la tierra;
busco las gracias de Dios, el amor a su Hijo,
el cumplimiento de su voluntad
y el paraíso para amarlo eternamente
¿Será posible que no me escuches?
No, pues ya me has escuchado como espero;
ya oras por mí,
ya me alcanzas las gracias que te pido,
ya me aceptas bajo tu protección.
Madre mía, no me abandones;
sigue orando por mí,
hasta que me veas salvo en el cielo ante tus pies,
bendiciéndome y dándote gracias eternamente.
Amén
Fuente:
Libro: Las Glorias de María
Autor: San Alfonso María de Ligorio
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