"Madre mía, quisiera ponerte en la cabeza una corona de oro y pedrería. Pero soy pobre; recibe pues, de mí esta pobre corona de flores. Acéptala como prueba del amor que te profeso"

En esa forma y con otros obsequios trataba aquella piadosa doncella de servir y honrar a su amada Señora.
Veamos ahora como recompensó esta bondadosa Madre las visitas y el amor de aquella hija suya:
Cayó enferma la pastorcita y se vio al borde de la muerte. Aconteció que dos religiosos pasaran por aquella región y, fatigados del viaje, se pusieron a descansar bajo un árbol. El uno dormía, el otro velaba. Pero tuvieron la misma visión. Vieron un grupo de bellísimas doncellas, entre las cuales había una que las aventajaba a todas en belleza y majestad. Uno de ellos le preguntó a ésta:
"Señora ¿quién eres?"
"Yo soy la Madre de Dios" respondió. "Voy con estas santas vírgenes a visitar en el pueblo vecino a una pastorcita moribunda que me visitó muchas veces". Dicho esto, desaparecieron.
Los dos siervos de Dios se dijeron entonces: vamos a verla nosotros también. Se pusieron en camino y luego de encontrar la casa donde estaba la doncella moribunda, entraron en un humilde tugurio; allí la encontraron acostada sobre un poco de paja. Díjoles ella:
"Hermanos, oren al Señor, para que les permita ver la compañía que me asiste".
Se arrodillaron al momento y vieron que María estaba al lado de la moribunda con una corona en la mano y la consolaba. Aquellas santas doncellas comenzaron a cantar y entre los arpegios de este dulce canto se separó del cuerpo aquella alma bendita. María le colocó en la cabeza la corona y tomando el alma consigo se la llevó al paraíso.

No hay comentarios:
Publicar un comentario